miércoles, 21 de mayo de 2014

Soy de secano

Soy de secano. De Zaragoza. Del valle del Ebro, donde el cierzo sopla que da gusto y donde en verano el calor aprieta y en invierno te congelas, pero eso sí, no llueve. Para bien o para mal y aunque "el agua nunca es mala", no estoy acostumbrada a las lluvias y, sin embargo, aquí me voy a hacer de humedal. He estado en Florida, en Cuba, en El Líbano o en Antalia, al sur de Turquía, donde llegué a pensar que los lugareños estaban hechos de otra materia porque aquella humedad a las tres de la mañana cerveza helada en mano no era de este planeta. Y, al parecer sí lo era, y no era nada comparado con esto. 

Y es que Hong Kong is different. Islas e islitas componen este lugar que significa "puerto fragante" y donde el ferry es un medio de transporte esencial. A pesar de que el metro cruza el mar por túneles que no quiero ni pensar, el agua envuelve la ciudad por abajo, por arriba y por todos los lados que podáis imaginar. Acaba de empezar la temporada de lluvias y de humedad y os puedo asegurar que si "esto es solo el principio" como muchos agoreros me espetan, no quiero ni imaginar qué es lo que me espera, porque aquí cuando llueve hay unas tormentas que están hasta clasificadas. Tuve la suerte de ver a la primera semana de llegar una "tormenta negra" que viene a ser una tormenta bestial en la que como dijo Forrest Gump la lluvia era "gorda y espesa, una lluvia que caía de lado y, hasta a veces, una lluvia que subía desde abajo".


Aquí tenemos lluvia amarilla, roja y negra, algo parecido a las pistas de esquí por las complicaciones que conllevan. Y es que según la que esté cayendo tienes que ponerte a resguardo e incluso no se va a trabajar. Lo peor es cuando te pilla por la calle y sacas el paraguas, porque si aquí no hay espacio para la gente, imaginad la que se monta con semejante cantidad de sombrillas. Y a todo esto, nadie las mueve ni para arriba ni para abajo, por lo que tienes que ir esquivando esas puntas maliciosas que tratan de clavarse en tu ojo o agujerearte el paraguas. Habría que montar "el club de la lucha del paraguas".

Y cuando una se va acostumbrando a esta lluvia, a llevar zapatos de plástico por la calle y unos de repuesto en el bolso, a perfeccionar los movimientos para esquivar paraguazos o a escuchar a las tres de la mañana unos truenos que parece que van a partir los edificios por la mitad, te dicen que en julio y agosto no llueve, y entonces tu sonríes hasta que terminan la frase con "pero llegan los tifones". Y vuelta a empezar, tifones clasificados por números con avisos por peligro y complicaciones varias y otras cositas que os contaré cuando los viva, eso sí, ¿seré ya de humedal?

lunes, 5 de mayo de 2014

Mi doble y yo

Hola a todos. En esta ocasión quiero desmontar el tópico de que todos los asiáticos son iguales físicamente. Da lo mismo la nacionalidad y se les mete a todos en el mismo saco. Esta generalización también se hace con los árabes, quizás porque la mayoría de los que llegan a España proceden de países del norte de África, pero lo cierto es que son muy diferentes según donde mires en el mapa, que abarca medio planeta, y así ocurre con la gente de estos parajes.


Al igual que la mayoría de la gente no los distingue y piensa que son todos iguales, a los de aquí parece que les pasa lo mismo con los “occidentales” y en más de una ocasión me las he visto para que me identificaran con foto delante incluida. Sin embargo y a pesar de que llevo poquito tiempo en este país, creo que ya voy apreciando las diferencias faciales de cada uno, que son muchas, y no creo que todos sean iguales ni mucho menos. Es cuestión de querer familiarizarse y no generalizar.

Una vez superada esta primera fase, me he dado cuenta que una de las cosas más chocantes y que me ha ayudado a hacer esta diferenciación, ha sido que desde que llegué aquí me he encontrado con muchos de vosotros por la calle. Pensaréis que estoy loca o que son las ganas de veros que tengo, pero aunque lo segundo sea cierto (lo primero no), deberíais saber que todos tenéis un doble asiático exactamente igual que me hace la distancia más llevadera. Y es que ni son tan diferentes a nosotros ni tan parecidos entre ellos. Lo que pasa es que somos más iguales de lo que pensamos y no lo sabemos o no habíamos tenido la oportunidad de verlo.


Me gusta que mientras camino por las calles de Hong Kong o lucho por hacerme un hueco en ellas, os pueda echar una sonrisa. Y me hace gracia pensar que quizás la última vez en la frontera cuando me tenían que sellar el visado permanente y los nervios me comían por estar ahí, esas frases del policía de “retírate el pelo”, “quítate las gafas” y vuelta y vuelta a mirarme, fueran porque quizá me confundían con mi doble asiática y no porque no me pudieran diferenciar.